El Dr. Eric Tourigny, del Departamento de Historia, Clásicos y Arqueología de la Universidad de Newcastle es el autor de un nuevo y curioso estudio sobre los cementerios de animales en el Reino Unido. Para ello, ha examinado más de 1000 lápidas de animales en Newcastle y Londres, desde las primeras tumbas en el primer cementerio público de mascotas, que data de 1881, hasta otras ya en la década de 1980.
Lo que revela el estudio del Dr. Tourigny es que a través de las tumbas, de las inscripciones en las mismas, se va narrando cómo cambia la relación de los humanos con sus perros: pasan de ser compañeros o amigos, en la era victoriana, a ser parte de la familia, ya en el siglo XX.
Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando en las tumbas se empieza a ver que el nombre del perro va acompañado por el apellido de su familia humana, aunque "algunas personas que adoptaron los primeros apellidos los pusieron entre paréntesis o comillas, como si admitieran que no eran miembros de pleno derecho de la familia", en la hipótesis del investigador.
Y también destaca algo evidente y que sigue siendo real incluso en nuestros días: las creencias personales, las normas sociales y las formas de duelo públicamente aceptables por la muerte de un perro a menudo estaban en desacuerdo.
Es decir, era complicado llegar a expresar en público el dolor que se sentía ante esa pérdida, dejarlo grabado en piedra...
En otra investigación sobre cementerios de animales de compañía en Escandinavia se detectó que muchas inscripciones carecían de emoción, eran asépticas, lo que parece estar en desacuerdo con el cuidado que se puso en la creación de los monumentos conmemorativos: "La necesidad de expresar dolor tras la pérdida de un animal querido estaba en desacuerdo con las creencias socialmente aceptables de la época", añade el Dr. Tourigny.
En esos primeros enterramientos de perros -y algunos gatos, pero en su mayoría en esa época eran canes- muchos cuestionaban si los animales tenían alma o si para ellos existía el cielo o el más allá.
"Pocas lápidas del siglo XIX hacen referencia a una vida después de la muerte, aunque algunos pueden 'esperar' volver a ver a sus seres queridos", le explica a The Guardian el autor del estudio. "A mediados del siglo XX, una mayor proporción de lápidas de animales sugiere que los propietarios estaban esperando una reunión en la otra vida".
Y entonces también en las lápidas se puede ver cómo los humanos pasan a ser "mamá" o "papá" de los perros.
La tendencia del siglo XXI, algo que ya empieza a ser posible en algunos camposantos, es a que podamos ser enterrados junto a nuestros perros, no en lugares separados.
Te puede interesar