Los cachorros son zampables, aportan alegría y compañía, sí, pero un nuevo estudio del Royal Veterinary College (Reino Unido),destaca que las dificultades prácticas y emocionales para las familias son también considerables, con frecuencia mayores a lo que se esperaban.
Para las familias con niños hay muchos retos pendientes puesto que la mayoría de los pequeños puede interactuar con los perros de formas que aumentan la probabilidad de mordedura (puesto que tienen permiso para abrazarlos, besarlos o molestarlos cuando comen o descansan). De ahí que los investigadores destaquen la importancia de asistir a clases de educación canina que incluyan formación en seguridad para niños.
Con datos de 382 adultos y 216 niños de entre 8 y 17 años los investigadores comprobaron que para más de un tercio de los adultos, cuidar del cachorro resultó más difícil de lo esperado.
Los problemas más frecuentes fueron los mordiscos durante el juego, la dificultad de gestionar las interacciones entre los niños y el perro y el reto de mantener normas claras de convivencia.
Uno de los aspectos más llamativos es que, aunque los padres suelen esperar que los hijos participen en el cuidado del perro, la realidad es distinta: casi la mitad de los cuidadores aseguró que los niños se implicaron menos de lo previsto en tareas como alimentar, pasear o jugar de forma responsable con el cachorro.
El 95% de los cuidadores principales eran mujeres, y muchas madres expresaron sentirse abrumadas con la responsabilidad de cuidar al cachorro, lo que sugiere que ellas pueden cargar con una mayor parte del peso mental asociado a la convivencia con un cachorro.
En comparación con los tutores experimentados, los primerizos tienen más probabilidades de encontrar complicadas las interacciones entre niños y cachorros. Además, algunos niños dijeron sentirse frustrados por el comportamiento demandante de atención de sus perros y también se identificaron riesgos de seguridad. La mayoría de los niños tenía permiso para interactuar con los perros de formas que aumentan la probabilidad de mordedura, como abrazarlos, besarlos o molestarlos cuando comen o descansan. Enseñar a los pequeños a respetar el espacio del animal resultó ser una de las tareas más complicadas para los adultos.
En algunos casos, estas dificultades llevaron a que un 6% de las familias llegara a plantearse la posibilidad de reubicar al cachorro, sobre todo en hogares primerizos que habían subestimado el tiempo y esfuerzo necesarios o que se enfrentaban a problemas de comportamiento como reactividad o ansiedad por separación.