Su perro, Rusty, le enseñó siendo niña que los animales, todos, tienen emociones. Que hay que mostrarles empatía. Y esto siempre informó su trabajo, también con los primates: ella les dio nombres, hablaba de sus personalidades concretas, de sus emociones... algo que chocaba con el mundo científico de la época y sus descubrimientos fueron todo un terremoto.
Jane Goodall tenía claro que no mostrar empatía ha conducido a todo tipo de experimentos crueles con los animales, algo que consideraba moralmente reprobable.
Pocas personas han transformado tanto el mundo de los animales como esta maravillosa mujer. Su muerte la han sentido en todos los confines de la tierra porque ella era una heroína para millones de personas.
Ella incluso estuvo con The Dogist, el famoso retratista de perros, hace unos días.
En su camino conoció a multitud de personalidades y muchos de ellos han rendido un homenaje personal, lamentado la pérdida de esta gran luchadora por la naturales y los animales.
Ha sido una divulgadora incansale a través de sus libros y las charlas y conferencias que ha dado constantemente, fue Mensajera de Paz de la ONU y a través del instituto Jane Goodall ha inspirado a miles de jóvenes.
Deja un legado impresionante pero el mundo es hoy un poco más triste sin ella, sin su bondad y su sabiduría, sin su tesón y su decidida lucha por los animales.
Es ahora la responsabilidad de cada una de nosotras seguir con su legado. Y de todos los Estados y Gobiernos.
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